Hace más de 10 años que investigo el intrincado mundo de la escultura. Poco a poco he ido adentrándome por sus callejuelas retorcidas en donde se respira el aroma de parajes recónditos y azahares recién abiertos que instan a meditar sobre el mundo, sobre nuestra existencia fugaz y sobre nuestro solitario sentir.
Trabajo dos temas en especial: el cuerpo humano y lo no figurativo o abstracto: dos riachuelos hermanos rodando ladera abajo en busca de un mismo mar… Como estacas enclavadas en la carne del tiempo, las obras van quedando señalando el sendero que han marcado mis pies… Muchas se perderán entre las hierbas y el rocío, pero algunas darán flores con olor a eternidad.
Pocos senderos en la vida son tan solitarios y personales como el del arte, donde la “Diosa Suerte” se transforma en “Esfuerzo” y viste los ropajes del “Trabajo Sincero”. Por ello nada iguala el placer de recorrerlo a pie descalzo, con el deseo de llegar, sabiendo que es infinito…
Ese sendero virgen que vamos descubriendo es nuestra propia existencia. El arte es para mí un lenguaje poético y mágico que me permite hablar con Dios y preguntarle por mí…